CANCIÓN Y EPITAFIO

Canción

1987 El fin de las razas felices

1987 El fin de las razas felices

Así vendrá la nieve, cuando suene el tambor en la tormenta, cuando caiga el amor y la tormenta, cuando duerma el terror, cuando duerma la luna y la cacería, las aves y la matanza, la carne y la ceremonia del tambor y las ratas, del amor y las ratas, del cuerpo devorado por los escombros.

Así vendrá mi amor, caminando por encima de las aguas. “Oh el amor mío se parece aun albatros colgado del cuello de un viejo marinero”, viene ebrio y dice adiós a la Muerte. “Oh el amor mío está herido como un albatros”, llega cayendo del cielo azul, manchando de sangre el cielo azul,  manchándose con el azul del cielo.

Así vendrá mi madre a recogerme entre las canciones quebradas de los negros, a recogerme entre los cristales quebrados, entre los hierros doblados. Trae en sus brazos un paño blanco, un lienzo limpio para envolverme el rostro, para limpiar la sangre del albatros muertos, de mi viejo marinero muerto, de mi amor muerto.

Así vendrá mi padre, volando por entre los cristales, para arroparme con una manta, “buenas noches mi niño entretenido”.

Así vino la noche, para arrancarme del día, para quemarme uno a uno los colores, la sangre, el lienzo, quemar la nieve, quema la madre, quemar el padre. La noche viene con su hoguera de estrellas, con su luz y su luna y su olor a sangre pudriéndose en el cuerpo de los muertos más recientes.

Así vino la noche, esta noche, tu noche, mi noche nos llegó oblicuamente fría, tragándose la luz y dándome un corazón de escarcha, una sangre de escarcha, una respiración de miel podrida. ¡Oh la hermosa noche en que empezamos a vivir antes de que nos abandonara el padre!

Las naves que se llevan a los niños tienen luces más brillantes que las estrellas, y yo me quedo solo entre los escombros, y veo otra vez la nieve, y veo otra vez volar las gaviotas.

La ciudad se ha disfrazado de inocencia y sin embargo yo sé que por los túneles del subway van las ratas llevándose en la boca un pedacito de mi corazón.

Epitafio

1

La poesía ha posado su vuelo y se dispone a morir. Pájaro de plumas congeladas y alas de hielo, su canto es circular y se enreda alrededor del cuello como la soga del ahorcado. De una sola Muerte poesía y poeta están colgados del árbol cuyas ramas se enhebran en el cielo. Ojo de aguja la nada deja pasar el hielo de sangre del poeta muerto, de la poesía muerta. El poeta no carece de gestos ridículos, quizás sea en lo ridículo donde se exprese mejor su verdadera condición de artista. Ya no transmite las estrellas del cielo al papel, del papel a los ojos de la mente. El poeta es definitivamente ridículo. No en vano está sentado en la puerta esperando que entierren la poesía cuando en verdad es él el muerto. Pobre poeta, ahí como lo ven, colgado de cuerda, enroscado por la poesía palpó el vacío y creyó sentir allí el corazón de su escritura. (“La suprema ficción” se decía inocentemente). Su inocencia le costó la vida, quiso escribir para alojarse en una eternidad inexistente (¿quién le recordará dentro de dos mil quinientos años?). Pero el poeta también se reía de la Eternidad, decía que una cosa bella era algo eterno y entonces escribía un poema, un epitafio a la fealdad del mundo. Pobre poeta, no sabía que la ficción suprema era esta tarde, este grupo de ojos indiferentes que se ríen de él en su ridículo papel de ahorcado, con su soga hecha de palabras. No sabía que la suprema ficción no estaba en la escritura sino fuera de ella, fuera del tiempo. Y el poeta le quitó las máscaras al tiempo y descubrió que detrás de la última máscara no había rostro ni ojos con que mirar.

2

Detrás de cada poema amenaza una tachadura, un silencio amenaza detrás de cada poeta, un largo olvido detrás de cada amor. Detrás de cada día una luna preñada de temores, un sol cargado de castigos detrás de cada noche, una violación, un crimen detrás de la inocencia, un jardinero detrás de cada rosa. Detrás de este poema está escondido el cuchillo que rajará tu cuello, lector de ojos abiertos, para que de ti brote caliente la tinta de este EPITAFIO.

De El fin de las razas felices, 1987.